Mi vida sin mí

Siempre he sido una persona con bastante aprehensión a la enfermedad. Ante el más mínimo síntoma acudía al médico para hacerme pruebas. No tengo quejas del sistema público de salud, pero es un hecho que ante determinadas situaciones, cuando no hay pruebas concluyentes, todo se retrasa y se retrasa y la incertidumbre es la peor situación, sobre todo para personas como yo. Por eso busqué un seguro privado para, por lo menos, acelerar el proceso de las pruebas.

Hace un par de años me noté especialmente mal y fui al médico: tras algunos exámenes llegó la terrible noticia. ¿Qué hecho yo para merecer eso? Me diagnosticaron cáncer y tuve una reunión en un hospital oncológico asociado a mi seguro. El médico me expuso que no se trataba de la forma más agresiva de cáncer pero debía recibir tratamiento. El mundo se me vino abajo.

A pesar de las esperanzas que me dieron mis médicos y del apoyo familiar me vi impotente para manejar la situación. Y entonces recordé aquella película llamada “Mi vida sin mí” en la que una joven asume la muerte como algo irrefutable. Era una chica mucho más joven que yo, “con toda la vida por delante” como se suele decir. Yo ya había vivido mucho, pero da igual, nadie está preparado para afrontar la muerte.

Durante semanas estuve depresiva y mi familia propuso tratamiento psicológico previo al tratamiento de la enfermedad. Mi psiquiatra fue de gran ayuda, me salvó la vida, por decirlo así, aunque sabía que la “otra” vida era algo que no dependía ya de mi cabeza. Pero tras pasar por esta experiencia puedo decir que ante el cáncer es imprescindible fortalecer el aspecto psíquico. Sin ello, no es posible afrontar el tratamiento físico.

Tras varios meses de tratamiento y una operación, mis médicos del hospital oncológico me comunicaron que la enfermedad estaba controlada aunque debía seguir haciendo pruebas periódicas. Pero fue en esa situación cuando dejé de sentir miedo: empecé a vivir de otra manera, no como si cada día fuese el último, que suena bien pero no es posible, pero al menos vivir sin miedo a morir.