He pasado por muchas fases de alimentación a lo largo de mi vida: más o menos saludable, mucha fruta, poca fruta, demasiada comida basura, solo productos naturales… En mi caso, el estilo de vida que llevo suele estar muy en relación con la alimentación. Cuanto mayor es el equilibrio en mi vida, mejor me suelo alimentar, y viceversa. Supongo que esto mismo les pasa a muchas personas: si se lleva una vida disipada, acabas por comer peor.
Ya desde hace años he intentado imponerme una alimentación más saludable. No siempre se puede, pero se van consiguiendo cosas. Una de las últimas cosas que he ido (re) incorporando a mi dieta semanal es el cocido gracias al uso de ollas gm programables. En mi niñez y adolescencia tomé mucho cocido, lo habitual en casi todas las familias españolas: garbanzos, lentejas, fabada, etc.
Creo que todos los tipos de cocido llegaron a ser mis favoritos en un momento u otro. Tuve mi fase lentejas, mi época garbanzos… Hasta que empecé a abandonar el cocido. Llegó un momento en que solo tomaba estos platos, de vez en cuando, si comía fuera de casa. Al principio, me cansé del cocido porque me resultaba demasiado pesado y luego empecé a desarrollar cierto rechazo a algún cocido en particular, como las lentejas, que estuve bastantes años sin tomarlas.
El caso es que cuando iba por ahí y comía en un restaurante no me importaba tomar una buena fabada, pero en casa no me apetecía. Y cuando me independicé el asunto se agravó. Aunque mejoré en otros aspectos (empecé a tomar mucha más fruta, por ejemplo), el cocido pasó a la historia.
Lo primero es que no sabía muy bien cómo hacerlo y luego que no tenía ollas gm programables que son mucho más eficaces para cocineros no demasiado expertos… Así que al final me decidí a comprarme una y empezar a ensayar.
Mis primeras lentejas me quemaron y la primera fabada era más bien puré… Pero, a poco a poco, fui aprendiendo el arte del cocido tradicional. Y si bien no me sale como a mi madre, ya puedo comer cocido un par de veces por semana.