Nunca había visto tantas máquinas expendedoras vendiendo tantas cosas curiosas. Es una de los cientos de particularidades que tiene Japón. Nosotros nos acostumbramos a comprar unas latas pequeñas de unos 25 centilitros de café con leche. Como era verano apetecía café frío y no teníamos que entrar en un local a pedirlo. Tan solo acercarte a una de los miles de máquinas que abundan por todas partes y comprarlo ahí. Recuerdo, por cierto, que también vendían tabaco en máquinas expendedoras por la calle…
Como diría Homer Simpson en el capítulo que va a Japón con su familia “nos llevan años de ventaja”. Él lo dice cuando usa el retrete de un hotel, pero se puede extrapolar a otras cosas, claro. Cuando volvimos a España miré las máquinas expendedoras de otra manera. Y cuando un día encontré una que vendía centrallechera asturiana me hizo mucha gracia porque me acordé de aquel fantástico viaje.
Efectivamente, en España cada vez se encuentran máquinas de este tipo más complejas, con sistemas más seguros y más variedad de productos. Un aspecto interesante es el del dinero. ¿A quién no le ha tragado alguna vez el dinero la máquina sin habernos entregado la compra? A veces había hasta que rezar un Padre Nuestro y dos o tres Ave Marías para que cayera la bolsa de gusanitos o los caramelos. Pero ahora cuentan con sistemas que han reducido los fallos.
Pero lo mejor es que también ofrecen más cosas además de chucherías y bebida. Encontrar centrallechera asturiana en un expendedor es solo el principio. Y, además, con todo esto del virus muchos van a preferir comprar algo en una máquina por la calle que no tener que saltarse la distancia de seguridad para tomar el café en la barra, con decenas de asintomáticos y vectores de contagio alrededor.
De todas formas, no somos japoneses y nunca lo seremos. Y tampoco hace falta que lo seamos. A los españoles nos gusta el contacto social y supongo que cuando esto acabe la gente volverá a los bares. Pero mientras tanto bienvenido sean los cafés fríos tokiotas por la Gran Vía de Madrid.