Empecé sirviendo copas con apenas 20 años. Es un trabajo duro al que la mayoría de la gente llega por necesidad. En mi caso no fue una excepción, pero pronto empecé a disfrutar de todo aquello: el contacto con la gente, el ritmo de trabajo, las anécdotas. No es un mal plan cuando tienes esa edad. Pronto empezó a desarrollarse en mi cabeza la idea de abrir un local propio. Pero no se trataría de un negocio nocturno, quería algo más tranquilo.
Todavía pasaron bastantes años antes de que pudiera dar forma a mi sueño. Primero fui socio de otro chico con el que abrí un pub, pero no funcionó: yo quería desvincularme de la noche: ya había tenido suficiente. Quería abrir una tetería vegana, algo radicalmente diferente a lo que había hecho hasta ese momento. Al final, decidí que iría en solitario: más riesgos, pero también más sencillo: todas las decisiones las tomas tú. Pero eso sí, también tuve claro que si lo quería hacer bien debía rodearme de profesionales.
Porque una cosa es tomar las decisiones y otra dominar todas las parcelas. Yo sabía un par de cosas sobre negocios hosteleros, pero necesitaba que me apoyaran en otras facetas como el diseño y la publicidad. Me puse en contacto con una Agencia de publicidad para que me ayudaran tanto con el diseño del logo, del cartel, de la imagen de marca y con la presencia en redes sociales e internet. Y es que me volqué a fondo con la tetería. Invertí la mayor parte de mis ahorros porque sabía que de hacerlo, había que hacerlo bien.
La elección del local, la decoración y los proveedores corrieron de mi cuenta. Llevaba varios años interesado en la cultura del té y ya había estado en muchos países en los que el té es algo más que una bebida. De hecho, estuve en contacto con unos amigos japoneses que me ayudaron mucho en la puesta en marcha del negocio. Pero para todo lo relacionado con el marketing confíe en una Agencia de publicidad que ya había tenido mucho éxito en negocios similares al mío. Todo un acierto.