Empezó como una broma entre mi hija y yo y se ha acabado convirtiendo en un vicio. Hace un tiempo, mi hija se abrió un canal de YouTube como muchas otras chicas de su edad. Supongo que si mi generación hubiese tenido acceso a esa tecnología hubiéramos actuado igual. Al fin y al cabo, las redes sociales encajan a la perfección con esa edad en la que necesitas dejarte ver y sentirte arropado.
De todas formas, he monitorizado las actividades de mi hija en YouTube para que no se le vaya de las manos. Tanto es así que acabé entendiendo un poco cómo funcionaba todo el asunto. Un día, mi hija, medio en broma, me dijo que ya que era tan experta que por qué no me hacía yo youtuber. “Yo no tengo nada que enseñar, hija”. Pero ella dijo: “claro que sí, tus proyectos de confección, la decoración, todo eso”. Y la idea me quedó en la cabeza.
Un día hice un pequeño ensayo, grabándome con el equipo de mi hija mientras hacía un sencillo proyecto que tenía entre manos con una cinta para estor plegable para uno de los estores del dormitorio. Luego me fijé en algunos otros videos parecidos y lo edité con el programa que usa mi hija que también sé más o menos cómo funciona. Y lo subí a la red en mi propio canal. Y empezaron las visualizaciones.
Cuando vi que había bastante feedback, me dio un poco de vergüenza porque analizando otra vez el video me di cuenta de que tenía bastantes fallos de edición. Y es que una cosa es ver cómo lo hace otra persona, y otra hacerlo tú misma. Así que me decidí a hacer otro video parecido, pero con una mejor edición… Tal vez pidiendo consejo a mi hija.
Cuando le enseñé el video de la cinta para estor plegable a mi hija, alucinó. Pensé que se lo iba a tomar como una invasión a su espacio, pero le pareció ideal que yo también tuviera mi canal. Me iba ayudar con los siguientes videos y, además, iba a hacer una aparición ‘especial’ en uno de ellos, como estrella invitada…