Todo el mundo a mi alrededor parecía tener buenas ideas, pero yo no estaba muy por la labor de hacer nada de lo que me decían. Solo pretendía que me dejaran sola y tranquila, pero parece que cuando tienes cáncer una no puede ni ir a comprar el pan sola. Apreciaba el interés de amigas y familiares, pero siempre he sido una persona bastante autosuficiente y eso, el cáncer no lo iba cambiar.
Pero tan pesados se pusieron que terminé accediendo a lo que consideraba que menos me iba a costar: escribir un blog sobre mi experiencia. Hacía varios meses que me habían detectado un cáncer de cervix. No estaba muy extendido y había posibilidad de extirpación, así que optamos por esa vía. Pero tras un examen más exhaustivo tras la operación se descubrió que sí se había extendido y había que optar por la radioterapia.
Durante meses tuve que acudir a someterme a este doloroso tratamiento y sobre este tema, pensé, iba a escribir en el blog. Como casi que me lo habían impuesto desde fuera, no empecé muy motivada. Y, de hecho, lo llamé “otro blog más sobre el cáncer”. Luego descubrí que ya había otro blog con ese título…
Al poco de empezar a publicar posts, comencé a recibir algunos comentarios que me animaban: y aunque presumo de ser una mujer fuerte, la verdad es que comenzaba a emocionarme con algunos de los comentarios, sobre todo de aquellas mujeres con cáncer de cervix que estaban pasando por algo similar a mí.
No tardé en tomarme más en serio mi tarea: dejé de hacerlo por ‘mandato’ externo y me tomé en serio mi responsabilidad como transmisora de información y emociones relacionadas con mi experiencia.
Y aunque finalmente logré superar la enfermedad (de momento, ya se sabe con el cáncer la batalla es hasta el final) no he dejado de escribir el blog que se han transformado en mi principal afición más allá del trabajo: ayudar a otras personas (y que otras personas me ayuden a mí) es una experiencia única que me ha devuelto la esperanza en conseguir un mundo mejor.